Pero los amargos acontecimientos ocurridos en medio siglo, entre 1945 y 1995, han demostrado que el hombre puede tropezar con la misma piedra mas veces de las imaginables. Las imágenes de la construcción del Muro de Berlín, de los Gulag o de la Camboya de los jemeres rojos fueron utilizadas para mermar la influencia del comunismo, aunque no hicieron modificar la actitud política indiferente de los países democráticos.
Una vez concluido el paréntesis comunista, las renuncias de ayer se convertían en el preludio de un mañana mas solidario. La guerra del Golfo y la intervención en Somalia anunciaban la entrada en escena de un “Nuevo Orden Mundial”. Las utopías de los derechos humanos , la justicia y la democracia cubrieron por un momento los albores del tercer milenio. Los nubarrones de Bosnia y Ruanda se han encargado de romper el espejismo, convirtiéndose en los primeros eslabones de una cadena que se alarga cada día.
El deber humano obliga a neutralizar a los instigadores de las matanzas, a detener el avance de toda maquinaria de aniquilación sistemática, mientras que el deber de la ayuda humanitaria llama a socorrer a los supervivientes del caos. Estos dos deberes no son incompatibles, pero el segundo ha dejado al primero en el olvido. La razón es muy simple: reconocer el genocidio implica tomar medidas militares para detenerlo. Sin voluntad para resolver el problema, las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU han optado por no plantearlo
En el año 1994 pasará a la historia como el de la reinvencion del derecho internacional por parte de la ONU, con unos postulados que invocan un revolucionario derecho de injerencia humanitario. Pero el uso de la fuerza como arma de política exterior sigue basándose, según el derecho, en la existencia de “amenazas para la paz y la seguridad internacional” y no en el sufrimiento de la población civil. Por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial, la ONU ha creado un Tribunal Internacional Penal para juzgar a los autores de graves violaciones del derecho humanitario, cometidas en la ex-Yugoslavia. Y se empieza a mencionar esta misma solución para Ruanda.
Los grandes instrumentos jurídicos del “nunca mas”, creados entre 1945 y 1949 bajo los auspicios de la ONU, han permanecido por espacio de cuarenta y cinco años. De los principios legales que liberaron las consciencias de la posguerra, como la libertad de expresión y prensa, el derecho a la existencia sanitaria o el derecho de asilo, no quedan hoy mas que sus nombres. La única fuerza de este derecho reside en las palabras, porque las Naciones Unidas adoptan resoluciones sin ponerlos medios de su aplicación y sin sancionar a los responsables de que estas no lleguen a aplicarse. Así pues, se perfila un nuevo tipo de equilibrio de fuerzas en la diplomacia internacional: por un lado los que se contentan con las palabras, por otro siguen esperando el dinero y la voluntad política para convertirlas en actos sinceros.
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